Hace hoy exactamente dos semanas desde que comenzase nuestro periplo hacia tierras catalanas en busca de sol, playa y, sobretodo, buena música. Tras muchas horas de coche, acinados en los asientos de atrás, comiendo bocatas de filetes de pollo empanado y echándonos una que otra cabezadita cuando no andábamos mirando la nieve por las ventanas, llegamos a Lleida. Cenita carnívora y a la cama temprano pues al día siguiente nos esperaba una dura jornada. Por cierto, aprovecho este inciso para re-felicitar a mi amigüita Leyre por su 21 cumpleaños, viajero y musical donde los haya.
A las 7.00 a.m. sonó la alarma. Con cara de sueño y de no muchos amigos, fuimos pasando por turnos a la ducha, el más vagoncio en último lugar. A las ocho y poco nos pusimos en marcha en busca de los reputados cruasanes de Lleida, que hicieron justicia a su fama con creces. Con el estomago lleno y mejor salero nos dirigimos hacia la capital: Barcelona. Pese a que los meteorólogos habían previsto lluvia de albóndigas, a medida que nos acercábamos a la costa, el cielo se veía más despejado y soleado: era un día perfecto.
Bien, hasta aquí puede parecer que esto sea un viaje más, un simple
road trip de fin de semana en busca de retiro, descanso y desconexión mental. Pese a que en parte tuvo ese efecto reparador, el motivo principal de este éxodo desde los Madriles hacia Barna era el concierto que
My Chemical Romance daría esa misma noche en el Sant Jordi Club. Nunca jamás me recuperaré del hecho de no haber podido ir a verles allá por el 2007 cuando vinieron al Metrorock. Sin embargo, cuando me enteré de que venían a España a presentar su nuevo disco,
Danger Days: The True Lives of the Fabulous Killjoys, vi la oportunidad que estaba esperando: era mi momento de resarcimiento.
No obstante, había un pequeño y diminuto detalle a tener en cuenta: el concierto no era en Madrid. Yo ya andaba haciendo números y malabarismos económicos para ver de qué manera podría ir hasta allá sin quedarme tiesa cuando voy y me entero de que mi amigüita cumpleañera y su familia me invitan a ir con ellos (con todos los gastos pagados) y, he de confesar, que nunca podré recompensárselo o agradecérselo como se merecen (aunque creo que los pastelitos que les compré les hicieron bastante ilusión) pero volvamos a lo que aquí y ahora nos atañe.
Ya estábamos en Barcelona y, después de dar no pocas vueltas hasta encontrar el tisio donde íbamos a pernoctar, pusimos pie en tierra y nos encaminamos hacia nuestro destino, maletones a cuestas y cansancio latente: el día no había hecho más que empezar. Dos amigüas de mi amigüa (y con eso que dicen de que los amigos de mis amigos son mis amigos, ¿o era enemigos?) locales y autoctonas, auténticas catalanas, hicieron de guías en un fantástico paseo por BCN. No puedo resistir la tentanción de expresar cómo me gusta esa ciudad. Ya son muchas las veces que he paseado por sus calles, en distintas épocas del año, con variadas inclemencias meteorológicas, en diferente compañía pero siempre, siempre, siempre me ha dejado buen recuerdo. Creo que, de poder elegir vivir en cualquier otra ciudad de España que no fuera Madrid, la eligiría a ella (con todo lo que ello conlleva, sí).
Después de una rica comida cuasi familiar, un estupendo paseo para bajar la susodicha, una merienda al más puro estilo
British con cups & cakes & co., la hora se acercaba y llegaba nuestro momento de marchitarnos y dirigirnos hacia nuestro destino final 5. Curioso es esto del viajar, ¿verdad? Todo nos parece extraño y diferente y, como ya sabemos, las comparaciones son odiosas pero inevitables. Por eso mismo nos quedamos extrañados con el tamaño de los billetes de metro (¡y su precio!) así como la genial idea de poner lucecitas en los mapitas de las líneas de metro dentro de los vagones para que así siempre sepas por cual vas y cuál es la siguiente. Hay un calco bastante alarmante que son los cartelitos a modo de cuadros colgados en las paredes de las escaleras mecánicas. Os suena una campana, ¿a que sí? Pero fue algo interesante. Supongo que ya sabréis de mi filia con el metro y me gusta mucho viajar en ellos cuando voy de viaje, valga la redundancia, porque es una muestra muy clara de cómo es una ciudad y de cómo son sus gentes ya que si tú te mueves por zonas turísticas pues ves a turistas, extranjeros no autóctonos del sitio donde estás. Pero el metro tiene carisma y personalidad, puedes ver cosas diferentes, además de que es un medio de transporte espléndido (salvo cuando es hora punta y a la gente le abandona el deshedorante).
En cualquier caso, después de esta pequeña digresión transportista, sigamos con nuestro querido diario. Una vez llegamos a la parada de la plaza de Espanya, que es la segunda más grande de España, después de la de España (¡menudo jaleo españolito!), comenzamos la ascensión: sopotocientosmil tramos de escaleras, eso sí, mecánicas hasta llegar arriba del todo. Pero anda que no mereció la pena: estaba anocheciendo ya y había unas vistas preciosas de la ciudad, llena de luces con el Museo de Arte Nacional de Cataluña, que es un edicifio precioso, allí presidiendo y disfrutando de la misma, todo majestuoso él. Después, seguimos caminando hasta llegar a la Torre de Calatrava, un portento arquitectónico bastante raro pero resultón. Una vez supimos hacia donde había que dirigirse, siguiendo a pequeñas masas de gente que se encaminaba hacia la oscuridad, llegamos, al fin, a la cola.
Como dirían mis amigos los objetos voladores no identificados de la WWII, tengo otra confesión que hacer: atónita me hallo aún con el civismo de la peña. Puedo presumir, si es que esa es la palabra, de haber ido a bastantes conciertos y, por desgracia, no pocos se han visto malogrados por algún que otro energumeno cromañónico que te da la noche. Yo entiendo que la gente se desmadre una vez dentro, lo de todo en el concierto, salte, bote, chille y se desgañite pero, ¿hay de verdad necesidad de empezar el movidote cuatro horas antes en la cola? No, padre. Yo hace poco decidí que no volvería a hacer colas de más de dos horas para un concierto puesto que en primera fila es complicado estar a no ser que acampes por ahí y te tires dos días a la intemperie (que sólo lo haría si mi querido esposo Chris Carrabba viniera a Hispania). No sirve de nada estar a las ocho de la mañana allí si a las 19.00 va a venir un listo y se te va a colar en toda la geta y con todo el morro. Podríamos decir que esta es la tónica general, ¿no?
Pues bien, en este concierto había una hilera de personas, una detrás de otra, perfectamente ordenada (al menos donde yo me encontraba) y no un gentío que se deja llevar por el desenfreno y la histeria y te apachurra hasta dejarte sin aire pensando que con ello van a conseguir algún tipo de recompensa, como estar medio metro delante tuyo en el concierto... ¡Es de locos! Siento admitir, también, que considero que mucho de esto se debe a que gran parte de los asistentes eran extranjeros y con esto no quiero faltar a nadie, Dios me libre, pero ya todos sabemos del carácter ibérico y sus consecuencias más inmediatas. Ahora es el momento de la autoreflexión.
Habíamos llegado ciertamente tarde a la cola aunque las puertas no se habían abierto todavía. Con un poco de retraso, al fin llegó el momento y empezamos a avanzar lentamente. Se empezó a escuchar música dentro de la sala: eran los «archiconocidos» LostAlone. En unos minutos estábamos dentro y apostados estratégicamente en el centro-tirando-hacia-atrás de la pista, con unas vistas bastante decentes del escenario. Y aquí viene otro pensamiento alteatorio pero recurrente que siempre se pasea por mi mente cuando estoy en un concierto: ¿por qué tardan tanto en salir los grupos después de que hayan terminado los teloneros? Quiero decir, está ese tiempo inrremediablemente necesario de cambio de baterías, afinaciones de guitarras y bajos, cables por acá y maracuyá pero, ¿y después? Ese eterno periodo de tiempo en el ya no hay ni pipas en el escenario toqueteando nada ni necesidad alguna de tener a gente mirando al techo. Entiendo que se tengan que mentalizar pero, desde luego, si necesitan una hora para hacerse a la idea, debieran de mirárselo y tal porque grave es.
Cabe destacar asimismo que el cansancio era máximo pues no había sido un día relajado, de esos que estás en tu casa tranquilo, tirado en el sofá hasta que llega la hora de salir pa'l concierto, no. Teníamos 600 km en nuestras posaderas, unas 5 horas de sueño con madrugón incluido, día turístico pateándonos Barcelona y, obviamente, a las 21.00 esto ya pasaba factura y de las caras. Pero, ¿sabéis qué? Que nunca es en balde, que todo cobra sentido en ese instante en el que las luces se apagan, los flashes se encienden, la algarabía se desata y el espectáculo da comienzo.
Recuerdo que antaño, cuando yo andaba en 2º de la ESO, hace ya bastantes años, una chica de mi curso y un pequeño gran macarra me abrieron una diminuta puerta al mundo, enseñándome grupos de los que yo por aquel entonces no tenía ni pajolera idea, que se ha ido convirtiendo con los años en un gran portal 3D. Si bien hoy en día poco sé ya de sus vidas y quehaceres, en mi corazoncito siempre tendré que agradecérselo. Algunos de estos grupos fueron Simple Plan, Nickelback, The Used, Good Charlotte, Fall Out Boy o los cuatro xiquets de New Jersey, protagonistas por un día de nuestra sección musical aquí en el nuevo país de las maravillas (polifónicas).
Han pasado casi 8 años desde que los escuchara por primera vez y me enamorase irrevocablemente de ellos. Yo soy de
Three Cheers for Sweet Revenge, sin lugar a ninguna, ninguna duda, y mi canción prefe suya ha sido desde el principio de los tiempos '
Thank You for the Venom'. Dicho y aclarado esto, quizá resulte más comprensible el hecho de que hasta el día antes del concierto no me hubiera atrevido a escuchar el nuevo disquete. Pese a que tenía buenas críticas y había sido mayoritariamente bien recibido por el público, yo seguía anclada en mi escepticismo habitual. ¿Cambio de
look, cambio de concepto, cambio de estilo musical? Sí, pero no cambio de espíritu, ni de carácter, ni de alma. Hay que entender que, al igual que las peronas, los grupos o bandas evolucionan e innovan y cambian pero esto no tiene porque ser automáticamente algo malo (aunque a veces sale algún experimentro desastroso, cierto es).
Cuando ya llevaba unas 3 o 4 escuchas, empecé a cogerle el «puntillo». Era bastante, bastante diferente a su predecesor,
The Black Parade, pero era un cambio positivo, en todos los sentidos de la palabra. Lleno de colorido y ritmos gracioso y movidicos, que a veces me hacían visualizar a Jake Shears bailando con
The Ting Tings, daban ganas de ponerse a bailar y a saltar, soltarse la melena y a darlo todo. Habían dejado así atrás el sentimiento depresivo y autoaniquilador de los anteriores álbumes, lo cual considero algo acertado y lógico después de todo lo que tuvieron que pasar. Con soniditos electrónicos raros y estribillos y letras pegadizos, era obvia la mutación que habían sufrido pero no pude decir, en ningún momento, que no me gustase el disco. Simplemente admití que no me pegaba mucho estar escuchando los susodichos soniquetes y que estos provinieran de MCR. Y de ahí llegué a mi primera conclusión errónea: no iban a pegar nada en el
setlist las canciones viejunas con las remozadas. Craso error puesto que enlazaron y se compenetraron a las más perfecta perfección.
Como era de esperar, '
Look Alive Sunshine' seguido del célebre '
Na Na Na (Na Na Na Na Na Na Na Na Na)' se encargaron de abrirnos a todos el apetito. Unos días atrás de emprender esta curiosa excursión barcelonesa tuve la feliz idea de spoilearme toda y mirar el
setlist de París y para mi horrible sorpresa mi canción preferida no estaba entre las elegidas. Con una tristeza bastante considerable continué con mi vida, con un poco de rencor y otro poco de resignación. Y cuán fue mi sorpresa cuando la tercera canción de la noche resultó ser el agradecimiento por envenenamiento. Aún puedo ver mi cara de asombro seguida de una sonrisa de oreja a oreja y un chillido alto y claro de: «¡Esta es mi canción!» que resonó por toda la sala. Llegó el turno después del marchosísimo 'Planetary (GO!)' (una de mis prefes del nuevo): saltos y más saltos se sucedieron durante 4:07 minutos.
Regresión al pasado con un grande de los grandes: '
Hang 'Em High' y gritos de delirio corrían por nuestras venas. Tras '
SING' y '
Vampire Money' nos encontrábamos ya en la sexta de las 20 canciones que conformarían un
setlist tan o más grande que la ilusión con la que todos habíamos estado esperando aquel momento, el tenerles ahí delante, después de tantos y tantos años de admiración y adoración. Con '
Mama' la cosa se vino más arriba si cabe, el primer resquicio sacado del insigne desifle atezado. Con '
The Only Hope for Me Is You' intenté contactar via movilete a mi querido
binomio, porque sé que le gusta muchismo la cancioncita, pero no estaba disponible desgraciadamente. Y más emocionante se puso ya el asunto cuando los primeros acordes de '
House of Wolves' retumbaron y nos pusieron los pelos de punta a todos en acercándonos al punto álgido de la noche...
'
Summertime' (otra de mis preferidas de estos días pericolosos) supuso un pequeño
break en nuestros continuos brincos y nuestra conversión en seres sudoríparos. Un pequeñísimo alivio para el
body para poder tomar aliento y reponer fuerzas para lo que el futuro romance químico nos deparaba: '
I'm Not Okay (I Promise)' y '
Famous Last Words'. Todos los allí presentes cantamos hasta que no nos quedó aire en los pulmones, hasta que nuestras cuerdas vocales no dieron para más pues no teníamos miedo de seguir viviendo, de caminar solos por este mundo. Y eso que aquello no había hecho más que empezar. Después de '
DESTROYA', de la cual me había dado tiempo a aprenderme el estribillo en las largas horas al volante, llegó probablemente la canción más esperada de la noche por muchos: '
Welcome to the Black Parade' y no defraudó ni un pelín.
Un apoteosis frenético se desencadenó en un periquete, miles de voces al unísono repasaron todas y cada una de las palabras de las que se compone la letra de esta enorme canción que recoge tan bien la esencia de esta banda estadounidense. Y es que esta segunda mitad del concierto no dejó ni un segundo para la reflexión, trayendo éxito tras éxito, temazo tras temazo, devolviéndonos y recordándonos a todos nuestra queridísima adolescencia con '
Teenagers', dejándonos K.O. con la causante de la guerra que enfretase a egeos y troyanos, '
Helena', y poniéndonos la carne de gallina gracias a la versión acústica y a capela de '
Cancer' con la que Gerard Way nos deleitó, emocionó y volvió enamorar una vez más. Y así, con un retorno al génesis de donde rescataron '
Vampires Will Never Hurt You' finalizó el grueso de este sublime recital.
Ya sólo quedaba el bis, '
Bulletproof Heart', que consiguió arrancarnos unas cuantas sonrisas y lágrimas y que supuso un perfecto colofón con el culminar una noche de esas que no se olvidan fácilmente. Exhaustos pero dichosos salimos del pabellón siendo conscientes de que algo grande y memorable había ocurrido allí dentro aquel 5 de marzo de 2011. Es algo curioso y complicado de explicar, la sensación que te recorre el cuerpo cuando lo recuerdas, nítidamente, como si aún siguieras allí disfrutando y regodeandote de todo aquello que te rodea y acompaña en un momento como ese y el pensamiento de que tras años creciendo con ellos al fin has podido devolverles el favor que te han hecho regalándote su música al saltar, gritar y disfrutar como nunca antes lo habías hecho.
Mucho más no me queda por contar salvo que esa noche dormimos profundamente unas cuantas horas y, tras una agradable caminata por el paseo marítimo, nos enfundamos los cinturones y emprendimos el viaje de regreso a la capital. Esta vez no tuve que esperar a llegar a casa para buscar las canciones del concierto puesto que en el mismo las había ido apuntado (de lo cual me siento muy orgullosa, he de admitir) y con ello pude alargar aunque fuera sólo un poco el momentum: 600 km con ellos en las orejas, la cabezota y el corazón. Suena bien, ¿a que sí? Bueno, sólo me queda instaros a que, si os ape des- o redes-cubrir este grupejo, os hagáis la listeja y le echéis una orejilla y, quién sabe, puede que os llevéis una grata sorpresa y, tal y como diría Sig Mickelson, 'Good night and good luck'.