Creo que fue hace algo más de un mes y medio cuando mi querido amigo Boris (cuyo blog de poesía no tiene ni desperdicio ni parangón) me recomendó, asín de repente (como muchas veces hace), que viese una serie llamada Black Mirror. Me suelo fiar de la BBC y creo que el chaval tiene bastante criterio así que todo apuntaba a una buena dosis de serie británica. Sin embargo, como suele pasar, las cosas se van dejando; el tiempo pasa y, como ya me ocurriese con su primer intento de mostrarme el mundo con Predicador, costó arrancarse. Al segundo o tercer toque de atención, decidí ponerme manos a la obra. Sé que mi política sobre las reseñas es no dar demasiados detalles sobre el contenido de las diferentes manifestaciones artísticas que pasan por mis manos para no aguar la fiesta a nadie pero pienso que este caso se merece ser una de las excepciones que confirman la regla (sin pasarse tampoco).
Son tres capítulos, independientes unos de otros y todos tienen como trasfondo un futuro peligrosamente próximo y bastante plausible. El primer capítulo, 'The National Anthem', en el que se ven envueltos el Primer Ministro, la princesa más querida de la casa real británica, un artista algo excéntrico (por decir algo) y un cerdo (cerdo de animal, de estos de Jabugo), es una crítica voraz a los tiempos en los que vivimos, donde las redes sociales y las nuevas tecnologías han tomado el poder y donde parecemos vivir dentro de un reality show en el que somos marionetas manejadas por los designios de una sociedad cada vez más necesitada de morbo, escándalo y depravación. La masa manda (y no hablamos de Hulk precisamente) y esta era cibernética consigue que todo se propague como la pólvora hasta que un día, a más no tardar, explotaremos (y los deseos de Adam Young se verán cumplidos). El segundo capítulo, '15 Million Merits' (el más flojo de los tres por unanimidad aunque tenga como protas a Jessica Brown Findlay [Sybil para los entendidos] y a Daniel Kaluuya) representa una sociedad que recuerda a la planteada en Wall-E; que lleguemos a vivir a través de unos moñigotes de la Wii no es una idea tan descabellada como algunos podrían pensar y que nuestra existencia se vea reducida a una bicicleta estática y que nuestra mayor aspiración sea participar en un programa de esos de talentos de la tele tampoco o... ¿es que no os suena todo esto? El tercer capítulo, 'The Entire History of You' es, simplemente, una obra maestra. Teniendo en cuenta que la idea que explora es algo que me ha fascinado profundamente desde siempre, no es de extrañar que afirme sin dudar ni un momento que la serie merece la pena sólo por este capítulo. Imaginaos tener a vuestra disposición un aparatejo implantado detrás de la oreja que sirve para grabar todo aquello que vemos; las imágenes se guardan y pueden descargarse en la televisión, como si de un torrente más se tratase. Los peligros y consecuencias que esto entraña son aterradores y gracias a la actuación de Toby Kebbell (Johnny Quid en Rocknrolla), que está que se sale, hemos ido a dar con una maravilla televisiva como no había visto desde la finale de la segunda tempo Sherlock.
Debo decir que es una serie a la que las reseñas, por muy buenas que sean (que no es el caso), no le hacen justicia en absoluto. Hay que verla para saber cuál es el sentimiento del que hablo, ese desaliento, ese desasosiego, ese espanto al vislumbrar en qué seres atroces estamos camino de convertirnos (o en los que ya nos hemos convertido) y el pavor que suscita el saber que no hay marcha atrás y que, probablemente, acaberemos siendo como los «humanos» de Wall-E, seres orondos pegados a un televisor y con una máquina expendedora anclada a la espalda que desaprenderemos a andar y a pensar; seremos el fruto de todos estos delirios de grandeza que parecen poblar nuestro planeta hoy en día. No quiero ponerme apocalíptica (que para eso ya tengo Good Omens) pero sí que quiero hacer saber que pienso sinceramente que estas críticas, camufladas o no tanto, son necesarias y que aunque pensemos que quizá ya sólo nos quede la resignación no será cierto mientras sigamos siendo capaces de ver lo que pasa a nuestro al rededor; mientras sigamos siendo capaces de pensar, aún habrá esperanza (como aquella que fue Obi-Wan hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana).