25.4.11

Metropolitano


Antes no solía hacerlo muy a menudo pero ahora, debido a la mudanza y a la nueva posición geográfica, geopolítica y estratégica, me veo en la obligación de coger el metro 5 o 6 días a la semana como mínimo y, aunque suene raro, esto no es algo que me disguste en demasía. Siempre me ha fascinado el metro: es rápido, te lleva prácticamente a todos los lugares que uno pueda pensar de una ciudad, es ecológico y no muy caro y, gracias a él, tienes noticias de estrenos de películas, obras de teatro, disquetes, conciertos y un montón de publicidad absurda, lo cual nunca viene mal. Cierto es que asimismo tiene algún que otro inconveniente como son el abarrotamiento bestial que se forma en hora punta (y sus obvios e inevitables hedores, empujonesy agobios), el hecho de que vaya por debajo de la tierra y no se pueda ver por dónde andas, los transbordos kilométricos y sin sentido de algunas estaciones... Sin embargo, por lo general, puedo afirmar sin titubeo alguno que me gusta viajar en él.

Hay varias cosas que me resultan curiosas de mis viajes por el subterráneo. Una de ellas es la siguiente, la cual, seguramente, es en la que más me paro a pensar y, curiosamente también, lo último que me sucede antes de salir de él. Vale que es una situación que se puede dar en muchos otros sitios y emplazamientos (o quizá no en tantos) pero, ya que es allí donde me veo cara a cara con ella pues la ambiento y contextualizo en el susodicho.

Se trata del «fenómeno de las puertas del metro». No me refiero a las puertas de los vagones sino a las que dan a la calle, por las que entra y sale la marabunta. Pues bien, ocurre que nunca jamás en la vida sales solo del metro, siempre te sigue una señora mayor, algún jovenzuelo con cascos grandotes, algún señor trajeado o los tres a un mismo tiempo. La cuestión es la siguiente: ¿sujetas o no sujetas la puerta? La pregunta puede parecer sencilla (estúpida inlcuso) en un principio. Lo más lógico, cortés y valiente sería sujetarle la puerta a la persona que te sigue (y te persigue). No obstante, la cosas nunca son tan fáciles pues existen 2.000 factores que convierten esta acción es un fenónemo enrevesado, intrincado y peliagudo. ¿Qué pasa si la persona está demasiado alejada de ti? ¿Y si está muy cerca? ¿Y si hay ordas de gente histérica que quiere huir de las profundidades de la tierra?

Nada más lejos de la sencillez o estupidez se encuentran estos interrogantes. En ocasiones ocurre que la persona a la que le sujetas la puerta se encuentra aún lejos de ti. ¿Consecuencia? Hacemos correr a esa persona sin necesidad alguna. Sí, es cierto, te dan las gracias y sonríen amablemente pero, ¿tenían estos sujetos alguna prisa? Si la hubieran tenido, lo más lógico sería que hubieran ido apresurados y no caminando tranquilamente, pensando en su mundo y en sus cosas, tal y como iban haciendo. Otras veces ocurre justo lo contrario y nos vemos en la coyuntura de ver que ese mismo individuo va casi pegado a nosotros. ¿Qué sucede entonces? Si sujetamos la puerta es muy probable que prácticamente colisionemos con el susodicho o redicha que nos acecha. Asimismo puede ocurrir que se moleste por hacerle frenar y reducir la marcha, haciéndole perder su valioso y dorado tiempo. Y, como es lógico, estas situaciones y ocasiones resultan, cuanto menos, de lo más embarazosas.

¿Y qué pasa cuando el gentío viene hacia ti? Muchas veces, sobre todo en las ya mencionadas horas punteras, hay cientos y cientos de personas que se agolpan y apachurran con la intención de salir a la superficie y abandonar de una vez por todas el subsuelo. Pues bien, supongamos que tú sujetas la puerta y entones empiezan a salir todos estos tipos y tipas, usuarios del metropolitano. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... No cabe ninguna duda de que estamos haciendo lo correcto pero, ¿cuándo hemos de parar y por qué las dos primeras personas sí merecen nuestra amabilidad y la tercera o la cuarta no? Empezamos a sufrir una profunda crisis existencial, en nuestro cerebro se producen cortocircuitos a porrillo y uno no sabe ya muy bien qué hacer y qué no hacer, qué decir y qué callar hasta que, con cara de circunstancia (y lástima, lo más probable), dejas de sujetar la puerta mirando tu semejante al que, nunca mejor dicho, le has dado con la puerta en las narices y has puesto pies en polvorosa. Te engañas a ti mismo mientras te alejas diciéndote que aquello era inevitable, que no se podía hacer ya nada por salvar la situación y que, aún sin quererlo, teníamos que seguir con nuestra vida.

A modo de conclusión filosófica y moralizante podemos decir que, al fin y a la postre y a pesar de todo, sujetar la puerta a las personas que tenemos detrás es lo correcto, lo que hay que hacer, sean cuales sean las consecuencias de este (amable y desinteresado) acto. Así seréis recompensados, bien sea con una sonrisa y un «gracias» , con un bufido y un «aparta» o con una mirada melancólica de alguien que se pregunta por qué tuvo que ser ella la elegida y no la siguiente. Unos pocos (o muchos) instantes que constituyen, sin demasiado esfuerzo, la pequeña obra del día. Abramos puertas y ampliemos horizontes que nunca está demás echar una mano al prójimo sin esperar nada de nada a cambio.

24.4.11

Em & Dex


Como es costumbre en bastantes de las publicaciones británicas, las portadas de los librejos se ven plagadas a rebosar de críticas y comentarios positivos tanto de periódicos como de diversos escritores, más o menos afines al género o autor alabados, y, por supuesto, este caso concreto no iba a ser menos. De entre todos estos elgios, sin duda con el que más me identifico es con el del gran Jonathan Coe (cuyo What a Carve Up! estoy en vias de agenciarme), que dice lo siguiente: 'You really do put the book down with the hallucinatory feeling that they've become as well known to you as your closest friends'. En otras palabras, que acabas el libro con la extraña sensación de que les conoces casi tan bien como a tus mejores amigos ¡y cuánta razón lleva este alegato!

Por otro lado (en una pequeña digresión), podemos afirmar que existen libros que te marcan, bien sea por la época, la edad, las circunstancias, el entorno o tu propia experiencia personal, hay libros que se convierten en fundamentales en tu vida, en tu desarrollo y crecimiento personales. Existen libros que te abren los ojos, que te muestran distintas perspectivas, que hablan de cosas que jamás te hubieras planteado; libros que te completan , libros que se quedan grabados a fuego en tu memoria: existen libros que te marcan. Recuerdo muy bien cuál fue el primero de estos (por ahora pocos) libros y es que cuando leí el High Fidelity de Nick Hornby sentí algo que no había sentido nunca antes al leer un libro: sentí que aquella era una historia que me había aportado algo más que un simple y típico esquema consistente en planteamiento-nudo-desenlace. Supongo que la razón fundamental fue que era el primer libro que leía que versaba sobre personas normales y corrientes, situaciones ordinarias, problemas cotidianos, aspiraciones y decepciones mundanas, relaciones personales como las de todo hijo de vecino. Además, como ya comentábamos antes, es fundamental el momento de tu vida en el que te encuentras cuando lees un libro pues esas mismas 200 páginas pueden significarlo todo o nada a un mismo tiempo, puedes sentirte totalmente identificado o no relacionarte en absoluto con los personajes de la historia. Y, por unas cosas y otras de la vida, eso fue lo que me ocurrió con la primera novela de este pequeño gran genio inglés, del que he leído muchas de las restantes desde entonces: me sentí identificada, reflejada y comprendida (en cierta medida) y vi escritos sentimientos, sensaciones, pensamientos que creía únicos e intransferibles.

Es curioso también el poder que tienen los años, la sensatez y el raciocinio en uno mismo. Como ejemplo anecdótico diré que recuerdo haberme empezado Un pequeño inconveniente de Mark Haddon cuando contaba con unos dulces 16 añitos y haberlo dejado poco antes del final por no interesarme en absoluto ninguno de los personajes ni sus conflictos y pensar: «Esto es demasiado para mí, muy de mayores, muy deprimente, no me gusta» y recordar a mi madre diciendo que a ella sí que le había gustado bastante. Supongo que en cuestión de libros para mayores hay temas y temas y ,volviendo al que aquí nos ocupa, Dex & Em sí que han captado (y mucho) mi atención, han conseguido mi compasión y afecto y se han granjeado un pequeño huequito en mi memoria y mi corazón lectores. Si bien es cierto que en un primer momento, pese a que a la idea me pareciese muy origianl, no acababa de engancharme la historia puesto que no existía esa linealidad y esa continuidad que uno presupone en un libro de estas características.

Sin embargo, a medida que iban pasando los años, a medida que iban haciéndose mayores, tú ibas creciendo con ellos, conociéndoles y, a fin de cuentas, haciéndote su amigo y confidente. Una vida entera de sueños y decepciones, alegrías y tristeza, amor y desamor: 20 años, dos personas, un solo día. Es cierto asimismo que, precisamente por esta razón, muchos de los momentos más cruciales de su relación, de su historia y de sus respectivas existencias se ven omitidos pero entiendo que esto forma parte del proceso de selección y a pesar de que, en ocasiones, resulte un poco increíble muchos de los acontecimientos definitorios tengan lugar ese mismo y único día de mediados de verano, la narración está construida de tal modo que, al final, olvidas que se trata de un relato de ficción y te ves inmerso dentro de sus vidas, compartiendo todo aquello que les sucede, todo aquello que les atormenta, todo aquello que anhelan.

Y es justamente por este motivo por el cual la parte útlima de la novela es (en mi humilde opinión y mi modesto parecer) la mejor de todas, la que cobra más fuerza y sentido; esos años finales que, una vez se pasados, te dejan con un sentimiento agridulce pero, al mismo tiempo, te producen una ternura tal que es capaz de derretirte el alma y dejarte conmocionado durante días, pensando que lo que acabas de leer es especial, que lo que acabas de leer es real y que Emma Morley and Dexter Mayhew seguirán en tu memoria de aquí a otros 20 años y, sobre todo, que los 15 de julio jamás volverán a ser lo mismo. Una de las grandes recomendaciones (y descubrimientos) de este 2011 y un libro que, creo firmemente, se convertirá en un clásico.

Por último, sabed bien que si al llegar a la página 437 sentís esa necesidad imperiosa de compartir todo aquello que empieza a tomar forma en vuestras mentes, aquí seréis escuchados (y leídos) y, lo más importante, comprendidos. ¡Buenas noches, buena suerte y buena lectura!

Ps. ♥♥♥♥


Actualización a 30 de octubre de 2011:

Ayer sabadete fui a ver la adaptación de esta más que genial novela. Sabía que no iba a poder capturar todo aquello que a través de cartas, silencios y paso de los años consigue capturar David Nicholls pero he de admitir que me gustó. ¿Hay cosas que cambian? Sí. ¿Hay cosas que omiten? Sí; pero la esencia es la misma. De hecho, la película consiguió hacerme reír, cosa que el libro pocas veces logró. Es una visión menos cruenta, triste y depresiva de las realidades compartidas por sus dos protagonistas (aunque, obviamente, esto no evitó que las palomitas no fueran los únicos elementos salados en la sala...). Con todo y con ello, quiero otorgarle un ♥♥♥ a la peliculeja, pero es uno alegre y desenfadado que logró entretenerme y conquistarme (sobre todo Sturgess, con esa sonrisa picarona y ese aspecto desaliñado de sus años mozos y esa cara afable y esa mirada tierna en sus años maduritos) y conmoverme casi, casi tanto como el libro.

9.4.11

Glee


Aún recuerdo cuando mi madre (que es probablemente la persona más importante en mi vida) me dijo que habían estrenado una serie ciertamente curiosa cuyo protagonista era un médico-detective con un sentido del humor cáustico y una leve cojera. Algo similar pasó cuando Glee fue estrenada en FOX (pese a que ya antes me habían hablado de ella). Teniendo en cuenta mi amor incondicional por los musicales y, por ende, la música, no hizo falta mucho para convencerme de su grandiosidad. Empecé a verla, cada día, religiosamente, pero eso de ver series en la televisión requiere un gran esfuerzo, un gran compromiso y una gran fidelidad: un día que te ausentas y estás perdido. Y esa es la razón por la que dejé la serie un poco de lado hasta hace cuatro días, como quien dice, cuando una increíble urgencia me llamó gritando y me dijo: «Ya te estás poniendo a revisionar la serie» y a ello que me fui de inmediato.

He acabado hoy de ver la primera temporada. Los revisionados de las series pueden resultar un algo tediosos si de 22 capítulos has visto 15 pero, en este caso, no eran tantos los que había visto y tampoco demasiado aburrido verlos de nuevo. ¿La razón? La música. Todas y cada una de las versiones que aparecen en la serie son rebuenas. Por otro lado, todos los protagonistas de la serie (que son bastantes) saben cantar, bailar y actuar y esto es algo que se agradece puesto que al ser una serie musical podría esperarse que los actores cantasen muy bien pero que ahí quedase la cosa y, por suerte, no es este el caso. En cuanto a lo que al argumento se refiere, varios y variados pajaritos me han comentado que no tiene ni pies ni cabeza y que no es demasiado creíble puesto que los personajes padecen de bipolaridad: un capítulo son así y al siguiente son asá. Pues bien, yo tengo una teoría para explicar y justificar este hecho porque, aunque sienta admitirlo, es un hecho tangible y palpable.

Estados Unidos, Ohio. Instituto público, grupitos. Esto es algo que se ha explotado hasta la saciedad y que está más visto que el tebeo, sí. Sin embargo, lo que tiene esta serie que otras muchas andan faltas de es, precisamente, que desmonta estos convencionalismos tan típicamente americanos: animadoras, asiáticos, macarras, jugadores de fútbol americano, homosexuales, afroamericanos, gente rara y especial, todos juntos, unidos por algo común a todos ellos. Ofrece una nueva perspectiva y ofrece una nueva idea que destruye los pensamientos preconcebidos y no encasilla o pone una única etiqueta a sus protagonistas pues, como personas y adolescentes que son, son capaces de muchas cosas. Y es que en muchas ocasiones es todo fachada pero detrás de esas máscaras hay personas que comparten un sueño, personas que se ven llevadas por la masa cuales borreguitos y las presiones y las expectativas que los demás tienen de ellos. Luchan contra su entorno y contra ellos mismos con un sólo propósito: conocerse y descubrise a sí mismos a través siempre de la música.

Creo que es un mensaje muy positivo y pese a que reconozco que puede resultar increíble no es de todo punto imposible. Pienso que es una visión que puede ayudar a mucha gente ahí fuera, que pueda sentirse del mismo modo que se sienten los protagonistas de Glee. Las situaciones se tratan con levedad e incluso humor, es cierto, pero eso no afecta en ningún caso a lo que esta serie quiere mostrar y demostrar. Además, siempre está bien ver un punto de luz, un algo de esperanza y reconciliamiento en esos «maravillosos» años del instituto y la adolescencia. Por otro lado, siempre son refrescantes las visitas inesperadas de actores o actrices o cantantes o cantrices en la serie, que dan lugar a historias paralelas y dejan ver, en ocasiones, el lado oscuro de los susodichos.

En definitiva, creo que es una serie original no sólo por el hecho de ser musical (y tener un repertorio impecable) sino por ese nuevo aspecto que desbarata (quizá idealísticamente) todos estos artificios sociales y proporciona un tremendo regocijo. Sólo el tiempo dirá qué nos depararán las próximas temporadas pero, como poco, siempre nos quedará el buen musicote del club del júbilo.

3.4.11

Adele


Como ya dije tiempo atrás, valoro demasiado mi vida como para pasar horas y horas a la intemperie haciendo cola para luego, con todo, no ver tres en un burro. Y esa es la razón de que este pasado sábado sabadete, que teníamos una cita con la archiconocida (y, a veces, archienemiga) La Riviera, nos pusimos en camino a eso de las 19.30, sin tener mucha idea de cuál era la hora exacta de apertura de puertas. Destino final: Puerta del Ángel. Con el aforo completo y las entradas, todas y cada una de ellas, vendidas hacía tiempo, se podía oler la expectación en el ambiente. La media de edad de los asistentes superaba con creces los 25 años y un gran número de inglesitos a medio camino de la borrachera noctura habitual hablaban y gritaban sin parar ni un instante: la cosa prometía.

Unos agradables y majos teloneros empiezan a calentar motores y después de un rato de espera se apagan las luces y la histeria se apodera de la audiencia rivereña. Me esperaba un buen concierto, eso está claro, pero ciertamente no tan bueno como el maravilloso e increíble recital como el que Adele nos ofreció anoche (si bien no me hubiera importado nada que nuestra querida señorita hubiera salido una vez más al escenario haciendo el deleite de sus más acérrimos fans que estuvieron al menos 10 minutos pidiendo otra e incluso another). Un enormérrimo setlist, una gran banda de músicos pero, sobre todo... ¡qué voz! Es de esas voces que te ponen los pelos de punta y hacen que te emociones y se te salen las mejillas. Además, cabe poner de manifiesto aquí y ahora su personalidad.

Pienso que muchos de estos frontman de algunos grupos de rock tendrían quizá un par de cosas que aprender de esta joven de North London. No creo que sea del todo necesario hacer que 15.000 personas coreen un 'whoa' durante 10 minutos para metértelas en el bolsillo. De lo más campechana, con su tacita de (suponemos que) té o, a lo sumo, agua, nos habló de su madre y de su mejor amiga (presentes en la sala) y nos pidió un fuerte «¡Hola!» para ellas; de su perrito Louis Armstrong (su acompañante en la foteja de arribota) nos contó que estaba un tanto Rockefeller después de haber comido un algo de pollo; relató la experiencia vital de su gran cogorza en Barna a base de sangría y más sangría y pronunció un gracioso 'I don't fucking understand ya' que hizo que toda la sala rompiera a carcajadas, todo ello con un adorable acento British que, en ocasiones he de admitir, era un tanto ininteligible.

En definitiva, uno de esos conciertos que no se olvidan fácilmente, que te hacen pasarte la semana siguiente escuchando las canciones que te hicieron vibrar, saltar (bueno, tampoco tanto) y desgañitarte (aunque en este caso no demasiado pues era casi un crimen dar grititos cuando una voz como la suya estaba en las orejas de todos nosotros). Sólo puedo decir que me siento muy feliz de haber podido formar parte de esa pequeña reunión musical de amigos y que, para su primera vez en Madrid, ha dejado un inmejorable sabor de boca. ¡Hasta la próxima!