26.2.11

127 Hours


El visionado de esta película fue una experiencia poco más que religiosa pero es un ♥♥♥ bastante bien merecido pese a todo. Era imposible no saber antes de verla cuál era la historia y, más o menos, el deselance pero, en este caso, no importaba demasiado: lo significativo era el camino, el proceso, el desarrollo. La verdad es que después del inesperado y asombroso petardazo que dio Danny Boyle el año pasado en los Oscar Mayer, era obvio que su siguiente película se esperase como nieve de marzo (sí, he tardado unos cuantos días en darle caña a las teclas).

Fue algo extraño porque me pasé la hora y media que duró la película simplemente viéndola, sin pensar muy bien en lo que iba sucediéndose en ella, sólo observando imágenes y escuchando palabras, sin analizarlas demasiado. Sin embargo, en cuanto terminó la película, en unos pocos segundos, pasó por mi mente de principio a fin de nuevo y una sensación de angustia y agobio se apoderó de mí y, sin haberme dado cuenta, respiraba con dificultad y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Y esto es lo que ocurre muchas veces cuando, de repente, te das cuenta de que por mucha ficción que sea, por mucho que sea James Franco en perfectas condiciones de salud rodando una película, es algo que ocurrió, es la vida de una persona, una historia real. Es en ese momento cuando el corazón y el estómago se te encogen. Estando en tu casa, repantingada en el sofá, o en una cómoda y calentita sala de cine uno no se da cuenta o no llega a ponerse en su piel. 90 minutos de largometraje se concentran de golpe y porrazo al ponerse la pantalla en negro y es cuando eres realmente consciente de lo que has visto, de lo que ello significa y de lo que ha conseguido aportarte como persona para el resto de tus días.

Si bien es cierto que estos sobrecogimientos cinematográficos a veces son fruto del momento, de un día o de un par de semanas, hay otros que se quedan grabados a fuego y perduran por toda la eternidad. No tengo muy claro a qué clase pertenecerá el sentimiento provocado por esta pelúcula pero hay algo de lo que sí estoy segura: nunca olvidaré el nombre de Aron Ralston.

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